Una mirada directa a los ojos es lo que necesita el alma para verse frente a frente, una a otra, ventana a ventana.
En Manabí, tierra de mis ancestros, me metí aprehensivo en la madre tierra. Pero al resto no le importaba, al menos un ave por ahí me lo hizo ver con tanto canto sin que le importe un pepino si tenía público o no.
En el campo lo rojo es rojo y el resto no es rojo. Usted saluda siempre, pita cuando pasa a otro carro y así se tome el tiempo da de la mano a todo el mundo. La gente le conoce de su nombre que tiene de apellido un sin número de anécdotas y el más joven tiene años y años y muchos años que el más envidioso de la eterna juventud no podría arrancar de esta tierra un poco el secreto de la longevidad en al menos gotas o frasco para vender.
El día se termina con el sol y poco antes de la aurora se saca a comer a su vaquita como al perro de la ciudad, en días de sol o en las tormentas de agua hasta la cintura. La naranja se regala al viajero y se reclama el saludo del que descuidado no percata al amigo pasar en motoneta con ávido saludo.
No creo que en Tierra exista esperanza sino se la cree porque es un planeta de muerte y vida. De práctica, de recordatorios y oportunidades. En Manabí de eso me acordé.