Había una vez, una hermosa rosa. De pétalos grandes y perfumados. No tenía ninguna espina lo que la hacía la más atractiva de todas. Ella había nacido en un prado mágico donde su tierra le permitía crecer poderosa e indestructible de tal manera que cualquier mano que quisiera arrancarla no lograba de ninguna forma dañar su figura en lo más mínimo.
La rosa era feliz al pasar de los días porque tenía a su lado un hermoso geranio que le regalaba momentos eternos de gozo, en relatos y lenguas de enamorados. Incluso en las noches más obscuras donde su geranio amado dejaba de brillar en colores, su fragancia le era recuerdo del rostro que vería en la mañana.
Un día, un frío día, los demás seres del prado comenzaron a huir de helados vientos que venían de todos lados. Las aves volaban a tierras más cálidas y por eso, en gran tristeza los árboles perdían el deseo de sostener las hojas en sus brazos que daban cuidado y hogar a sus amigas aladas. Y así, poco a poco, cada una de las flores empezaron a inclinar su rostro al piso y decidir poner fin a tal desdicha.
La rosa, con ojos de angustia, buscó a su geranio pero éste ya se había marchado. La había abandonado y en ese día una lágrima final dejó caer la rosa. Pero ella, ella poco antes pensó que esto no podría terminar así porque había tenido una vida tan feliz y prometió remediar todo esto de alguna forma, de alguna manera.
Se sabe que la nieve borró todo recuerdo de lo que fuera un día el hermoso prado de las flores y un manto blanco era lo único a la vista. Todas las flores habían muerto, pero un día, el calor regresó.
Esa última lágrima que rosa había derramado en el piso fue su deseo final de felicidad a pesar de toda angustia. Y así, una pequeña y nueva flor empezó a brotar del suelo. Al principio, un poco mareada, pensaba que era un mundo nuevo que se abría a sus ojos pero luego ella recordó. Recordó su vida pasada, sus tristezas pero así mismo, sabía que con ella pronto despertaría su geranio amado. No fue mucho que mientras pensaba estas palabras un aroma familiar llegaría a dibujar una sonrisa en nuestra rosa querida.