Estoy muy conmovido. Qué puedo decir al tercer día de mi cumpleaños sino escribir más letras de agradecimiento para que el corazón pueda seguir desbordante. Que salga lo bueno, lo bonito, lo delicioso al alma. En este caso tal vez mi ejercicio en este borrador literario sea contarles dónde están estas joyas.
Las reconozco en la impaciencia de parte de mi familia, mis amigas y amigos por celebrar conmigo este día especial. Más de uno se veía mil formas para agasajarme sea en el regalo, en el mensaje, en la llamada telefónica -valga decir que no tener celular pudo incomodar a más de uno- y en la misma celebración.
Particularmente, estoy viviendo días primaverales en el corazón de mis moradas. Estoy paseando muy a plácido por mis jardines floridos, gozando de tierra fecunda y no dejo sino de vivir cada momento en contemplación cuando me quedo reposado en su cesped. Es más que necio decirlo pero sépase que yo prefiero el vuelo a la caminata y ahora me desvelo entre el suelo y el cielo.
Finalmente, tal vez la normalidad de ese día fue un lujo que pude vivir. Justamente porque en una fecha que los mortales la hacen memorable para recordar un año más de vida hácela complicada por sus celebraciones y ágapes. No obstante, la deliciosa y mundana rutina me fue dada por cada quien que me permitiera vivirla en mi trabajo como profesor, disfrutando la inmensa alegría de mis estudiantes -queridos ciertamente- y en no esforzarme por complacer a nadie más que a mí en la monotonía. Por eso, pude trabajar normalmente, entrenar normalmente, chatear de costumbre y claro, eso sí, responder cada muestra de cariño individualmente.
Aquí con ustedes el cariño kendoka. Veinte y un hermanas y hermanos guerreros (otros no pudieron pelear o estar presentes), demostrando conmigo que en la esgrima japonesa se puede amar.
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