Del libro en producción "Ibara, escuela de magia"
Pero regresando a los pinos, siempre disfrutré de verla caminar. Nunca me atreví a ser alguien allegado a ella. Seguramente me hubiera hecho uno de sus amigos porque no ostentaba fama o particular carisma social, justo la persona que suele caerme bien. Así, cuando se acerca a conversar con estos árboles, la miraba, aprendía de ella. ¿Qué hacía de esta mujer algo tan especial que me despertaba pedirle vivir siempre en mi jardín sin que sea una mascota? ¿Qué podría ofrecerle a esta ave de vuelo raudo? Nada. Su belleza justo yacía en su libertad. En su melancolía. ¿Era suya o mía?
Yo me retiré finalmente al camino del prestidigitador. Los aplausos, qué puedo hacer si soy vanidoso. Pero, una persona como ella seguro serviría como psicóloga en alguna prisión de máxima seguridad, maestra de niños, asesora presidencial incluso, no obstante ¿dónde toda su riqueza sería utilizada? Esa pequeña seña de tristeza de no saber qué hacer en este mundo absurdo. No sé. Tal vez. De ella pensé un momento eso, cuando la veía conversar con los pinos en particular con uno, sentada en una piedra gris sobre el verde y húmedo césped (solo en zonas montañosas el verde es verde).
Dejo de escribir ya porque tengo que preparar un nuevo número. Lo difícil no es lograrlo increíble sino burdo y creíble.
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