jueves, 17 de abril de 2008

Insulina por favor

-Poncio Ludovico, di que yo soy la más hermosa de toda la aldea. Di que las niñas de tus ojos se pusieron celosas de verme. Di que soy la última gota de agua del desierto.

-Sí, mi amada Sinforosa Bertilda. Eres la más hermosa de toda la aldea. Eres la desdicha de las niñas de mis ojos que al verte se pusieron celosas. Eres el oasís...

-... la última gota de agua del desierto.

-... la última gota de agua del desierto que calma la sed del que desfallece.

-Oh, Poncio Ludovico. Tú, de mirada seria y brazo de acero. Qué felicidad. Mi alma se... oh... mira... las vecinas no dejan de mirar hacia acá.

-Tal vez, sea que tú, doncella de cabellera de virgen de pueblo, atraigas sus miradas. Te habías fijado en Laura Teodosia, la de risos bermejos, y Libitina Encarnación, de sonrisa tronchada. Te envidian porque estás conmigo.

-Calla, calla mi bestia amada. Esa boquita cerradita se defiende mejor. Y sigamos paseando por los prados. Mira, mira nomás a la aves. Son la creación al amor. Así, toma mis manos... no las sueltes Poncio Ludovico y bésame.

-Sinforosa Bertilda, ¿qué manjares has llevado a esa trompita?

-Solo un encebollado esta mañana, ¿por?

-No, nada... sigamos pues... caminando hacia el horizonte atardecer.

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