-Sí, mi amada Sinforosa Bertilda. Eres la más hermosa de toda la aldea. Eres la desdicha de las niñas de mis ojos que al verte se pusieron celosas. Eres el oasís...
-... la última gota de agua del desierto.
-... la última gota de agua del desierto que calma la sed del que desfallece.
-Oh, Poncio Ludovico. Tú, de mirada seria y brazo de acero. Qué felicidad. Mi alma se... oh... mira... las vecinas no dejan de mirar hacia acá.
-Tal vez, sea que tú, doncella de cabellera de virgen de pueblo, atraigas sus miradas. Te habías fijado en Laura Teodosia, la de risos bermejos, y Libitina Encarnación, de sonrisa tronchada. Te envidian porque estás conmigo.
-Calla, calla mi bestia amada. Esa boquita cerradita se defiende mejor. Y sigamos paseando por los prados. Mira, mira nomás a la aves. Son la creación al amor. Así, toma mis manos... no las sueltes Poncio Ludovico y bésame.
-Sinforosa Bertilda, ¿qué manjares has llevado a esa trompita?
-Solo un encebollado esta mañana, ¿por?
-No, nada... sigamos pues... caminando hacia el horizonte atardecer.
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